
Abriendo a debate la idea de los pulcros de los conceptos, de que el cine está catalogado como el séptimo arte, sería una desventaja no exponer la contra postura de que, sin música, nada es arte.
Partamos de la maravillosa luminosidad de la caja mágica que nos conecta con nuestro ser, hasta volverlo el arte hipnótico de apendejar la vista, apendejar en sentido de enamoramiento, de la corrupción de lo inimaginable, de lo increíble.
El cine y la música van tomados de la mano desde el inicio de sus creaciones, son los amantes perfectos, los del apartamento de a lado, los que copulan y copulan, no solo para ser escuchados, si no para ser descubiertos por los oseosos, los morbososos, los hijos púberes de Walt Disney y su música para adultos.
Y en su nido de butacas, las luciérnagas, desvividas llenas de años luz dedicadas al insomnio, ojos de gato sin sueño, buscando lo jamás obtenido, babeándole al deseo, en un anhelado afán lleno de fé, a lo que Dios ofrezca… la expansión de los sentidos.
EL PLACER DE SENTIR EL ARTE.
Uno de los placeres más grandes que puede sentir un alma hedonista, es el de disfrutar el arte en todas sus apariciones, los amantes del cine, son por decreto algo más que visuales, se vuelven auditivos y en ocasiones hasta extra sensoriales.
A los escépticos a la fábula de este romance, se les deja las ventanas abiertas, con una nota en la puerta en la que diga “he ahí la verdad”. La llave en la maceta y los gajos de pan que los niños del cuento no quisieron probar.
Para los cautivos, sería imperdonable dejar pasar de largo el maravilloso soundtrack, de la adolescencia, la mano y la culpa, Deep Troath, a la que algunas entrañables chicas imitaron con su propia banda sonora. O a los melosos, diabéticos, la recomendable Across The Universe, con un detallado y selecto repertorio de The Beatles, muy digno de besos con las princesas.
Para los abstractos, está la bien nombrada Naked Lunch, llena de un jazz amorfo y con una clara nostalgia a lo más puro de la locura sin acto de juicio. A los estilistas, les dejamos el sótano al descubierto para que se queden en el tiempo, con el documental No Direction Home, donde se puede observar al Premio Novel, el maestro Bob Dylan, mutándose al giro del mundo.
En Nuestro inigualable cine mexicano, también existen dignas demostraciones de exquisitas, imágenes en movimiento, danzando al ritmo de la música, como ejemplo tenemos la imprescindible Santa Sangre, que nos propone una clase de re identidad, la casi olvidada, ciudad de ciegos, con la participación emblemática de la señora de los alcatraces Rita Guerrero.
Y entonces, nos quedan los otros, los Bad Boys de Tarantino, perros de reserva, Kill Bill, todos con un Outfit, de envidia, impecables, con Uma y Travolta al ritmo del añorado fantasma de Chuk Berry.
Como olvidar los fantásticos años ochenta, con Vaselina, Flash Dance, el experimental Moon Walker y otras joyas que se lustran por si solas.
Para los pulcros, está en la hoya el recetario para que la naranja mecánica, nos coloque palillos de dientes para omitir el parpadeo, la trascendental More, musicalizada por la banda por excelencia de muchos Pink Floyd, los verdaderos cronos de la música y dueños del mundo de Oz.
El tema da para mucho más, pero la intención era enamorarnos tantito, para los contemporáneos, un buen regalo sería Bird Man, diálogos finos, para una digestión correcta, con un aperitivo de una reserva única, musicalizado por el majestuoso percusionista Antonio Sánchez.
En este pasaje, usted querido lector, tiene una complicada tarea a la que solo se le involucra tres opciones, la primera ignorar de manera deliberada la publicación de este artículo, la segunda, que se dé el tiempo para volverse un hombre luciérnaga que se alimenta de dosis extensas de cine y música o una tercera que, a mi manera de ver, es la mejor, que sus ojos sean un par de proyectores con alta definición, sus oídos, un par de excelentes receptores del sonido real en tiempo espacio con una comitiva de actores improvisados tropezándose con sus pecados y carcajeándose con sus tragedias.